jueves, 28 de noviembre de 2013

Fiel al pasotismo nacional.

Es algo cotidiano, de echar un vistazo a nuestro alrededor. Hoy en día en España la sociedad no parece moverse ni comportarse de manera lógica. Mucha gente me ha tachado de pasota, de vivir acomodado y sin querer actuar. He aquí mi explicación, el porqué de la inevitable indiferencia que siento hacia todo lo que le pase a la nación que me ha visto crecer.

Vivimos en un país cuya crisis es mucho anterior a los tiempos de Zapatero e incluso Franco. La primera constitución estable y de más larga duración, la del año 1873, fue construida en base a un sistema de fraude electoral y de turnismo, ampliamente conocido por la sociedad de aquel tiempo. Cuando se estableció un gobierno democrático de verdad, la II República, militares autodenominados nacionales actuaron en consecuencia de sus egoístas disconformidades, sin importarles el polvo que levantasen sus acciones. Una guerra de tres años que lo destruyó todo. Muchas mentes brillantes se condenaron a desaparecer sin dejar rastro. A día de hoy se sigue queriendo defender que la Guerra Civil acabó en abril de 1939, cuando aún hay familias pendientes de enterrar a sus abuelos y a sus tíos. Y mientras este tipo de terrorismo encubierto continúa, en la Moncloa gente que afirma estar representando a la ciudadanía se pelea por tener un mejor coche oficial. Esperpéntico.

Un país donde los sindicatos a favor del obrero están descentralizados y encubren irregularidades salariales. Donde existe una izquierda fragmentada en mil y una variantes que lucha por su supremacía en favor del fascismo unitario. Jóvenes que afirman defender una hoz y un martillo quemando el casco urbano en una manifestación por la educación, cuyos desperfectos serán pagados con dinero público. Violadores saliendo victoriosos de las cárceles ante la atónita y terrorífica mirada de sus víctimas. Terroristas, que no presos políticos, condenados a más de mil años de cárcel por asesinar a una veintena de inocentes, siendo recibidos como héroes en sus localidades. Bancos que desahucian y no olvidan deudas. Ricos que no dejan de ser más ricos y pobres que se resignan a la muerte por hipotermia en invierno. Un porcentaje de niños que pasan hambre impropio de un país desenvuelto. Pero bueno, muchos pensarán que al menos nos queda la selección de fútbol, ¿no?

Son demasiadas cosas las que me hacen desentenderme de cualquier revolución. ¿Qué hay que revolucionar? Todo. Todo el funcionamiento de un país desde sus cimientos más antiguos. Y el ser humano se mueve más por interés que por espíritu revolucionario. Siempre habrá aquel que quiera liderar los actos del resto. Y una democracia es aquella sociedad donde tiene la misma voz un mendigo que un banquero. ¿Vivimos pues en una sociedad democrática?

En conclusión, me es imposible mover un dedo por quienes me hacen rebatir la idea de que el ser humano es un animal racional. Demasiadas irracionalidades emprendidas en los últimos siglos. ¿Que alguien quiere partirse la cara por la rojigualda? Que lo haga, está en su derecho constitucional. Quizás la actualidad política hace que me invada un pensamiento anarquista agudo, pero realmente son así las cosas. No añoraré este himno y esta bandera en el futuro cuando haga las maletas para siempre. No lo merece.

miércoles, 16 de octubre de 2013

Sobre el sentimiento patriótico actual.

Mucho se ha hablado últimamente del sentimiento patriótico. De una España grande, libre y soberana, así como del país de la vergüenza, la corrupción y el atraso. Tras las manifestaciones a favor y en contra de dicho sentimiento el pasado 12 de octubre en nuestro país, veo casi como una obligación moral el pronunciarme al respecto de un tema que mucha gente toma a la ligera, tanto los partidarios de que España es la nación más grande de la historia como de aquellos que sólo pueden bajar la frente debido al sentimiento de vergüenza ajena que este tipo de actos provoca en sus cuerpos.

Yo, y lo dejo bien claro desde estas primeras líneas, no me he sentido nunca orgulloso de mi nacionalidad española. No soy capaz de sentirme identificado al ver nuestra bandera rojigualda. Es posible que esto se deba a que soy gallego y que el pestazo a grandiosidad castellana me queda un poco a desmano. Pero da lo mismo. Echemos un vistazo a nuestra historia más reciente, y con esto me remito a nuestros últimos 2 siglos como nación. Hemos sido, junto con el resto de países mediterráneos de Europa, el perfecto sinónimo de atraso a todos los niveles, tanto social, político como económico. Cuando los franceses allá por comienzos del siglo XIX entraron por la fuerza en nuestro territorio, sin más afán que el de la expansión de las ideas liberales (aunque con cierto toque de imperialismo descafeinado), el pueblo español se puso en pie y los expulsó al grito jubiloso de “¡Qué vivan las cadenas!”. Las cadenas de la opresión, del absolutismo, de la Inquisición y las cadenas que, en definitiva, conllevaba el ser español. Queríamos que todo lo que nos hacía ser un pueblo retrógrado perdurase por y para siempre.

Uno se para a pensar qué hubiese sido de España como país de haber seguido las ideas de la revolución y prefiere mirar a otro lado. Décadas de constituciones fallidas, de no aceptar la evolución que toda civilización y sociedad deben experimentar por naturaleza a lo largo de los tiempos. Mientras por las islas del norte comenzaban a dar sus primeros pasos en la revolución industrial, nosotros seguíamos peleándonos entre nosotros en las guerras carlistas, nunca sin renunciar a la figura monárquica sin la que parece no somos capaces de vivir. Y así fueron pasando las décadas, con el paréntesis de la nostálgica República, que si bien no era perfecta, fue el único intento progresista de peso hasta la Constitución de 1978.

Los argumentos de la gente que se autodenomina patriótica tampoco invitan a formar parte de ese grupo. Evadiéndose continuamente hacia la España imperialista, “donde nunca se pone el sol”, su base de estado sigue siendo Dios todopoderoso y un sentimiento de repulsión hacia todo lo que tenga que ver con la inmigración, la homosexualidad y sus manifestaciones públicas, el aborto. Odio hacia cualquier tipo de sentimiento independentista dentro de España, y, por supuesto,  hacia el comunismo que de manera tan triste comparan con el nacional socialismo en su aspecto práctico. Decidme, por favor, si ser patriótico a día de hoy merece la pena asimilando unas bases intelectuales tan limitadas, en las que no cabe lugar para el progresismo.


En conclusión, la memoria histórica es pretexto suficiente para no llorar de emoción cuando oigamos nuestro himno sonar. No caigamos tampoco en el juego de “yo me siento igual de orgulloso de ser español que un inglés de ser inglés”, porque la sola historia de uno y otro país va a quitarnos la razón. España actualmente se encuentra dividida, no sólo entre la izquierda y derecha menos colaborativas de Europa, sino también entre sus gentes, que por odio y cicatrices mal cerradas de la Guerra Civil no parece que se vayan a reconciliar nunca a este ritmo. Y veremos si esta ausencia de unificación ciudadana traerá consecuencias en el futuro. 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Sobre Antonio María Rouco Varela.

Dicen que una imagen vale más que mil palabras...
El "señor" cardenal de la Iglesia Católica, presidente del arzobispado de Madrid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, Rouco Varela, se caracteriza por ser, a día de hoy, uno de los personajes de la iglesia más representativos en el ámbito mediático nacional, ocupando más portadas y más páginas en los periódicos y titulares en los informativos que el mismísimo Papa Benedicto XVI en todo su mandato. Se trata de un hombre que sabe elegir con inteligencia qué aspecto de la sociedad más débil atacar, siempre con el mismo objetivo en mente que, naturalmente, cumple cada vez que abre la boca: Hacer que, mediante la molestia mediática, la iglesia, para bien o para mal, esté en boca de toda la población española y ocupe un lugar en la actualidad.

Es imposible concebir una semana en la cual éste risueño anciano (la foto lo dice todo...) suelte alguna de esas perlitas a la prensa tan entrañables y divertidas. La primera de todas, quizás la primera noticia en mi vida que me ha provocado un ataque de risa sarcástica, es su firme afirmación de que él, al igual que todos los obispos con su mismo cargo, cobra una cantidad de 1.160 euros al mes. La primera razón de mi sorpresa vino por su serena reacción al revelarlo, algo así como "bastante poco cobramos con lo que hacemos, ¡por favor!". Y segundo, no creo que con ese salario el obispo de mi humilde barrio pague su chalet en el monte y sus tres coches deportivos. Una de dos, o lo hace muy bien y por ello la gente subvenciona sus lujos, o algo en esta particular historia no encaja...

Rouco Varela, aún con todas sus polémicas afirmaciones, ha declarado a los cuatro vientos lo que parece, de funcionar su teoría, la vía más rápida, sencilla y definitiva para superar la profunda crisis socioeconómica mundial: La conversión al catolicismo. ¡A ningún economista, político o presidente se le ha ocurrido jamás semejante solución! ¡Tan fácil como ir a la iglesia y rezar dos padrenuestros antes de acostarnos! Qué necios hemos sido todos...

Este tipo de "booms" mediáticos, sumados a su búsqueda y captura de jóvenes exorcistas a media jornada, su deseo de colocar a la religión a la altura de las matemáticas en la educación, o su afirmación de que la Iglesia no está sostenida por el Estado ( que la subvenciona con más de 13.000 millones de euros anuales ), no persiguen más que copar portadas, polarizar a la población española para bien y para mal, y, el más importante, colocar a la Iglesia al mismo nivel que los otros estamentos de la sociedad.

Mi madre siempre me decía que los niños que se metían conmigo en el colegio, cuanto más caso les hiciera, más seguirían haciéndolo, y con mayor frecuencia. Es así. La molestia se ve estimulada de este modo por un proceso de retroalimentación negativa, que estimula la realización de dicha molestia. Cuanto más caso le hagamos, más hablemos, más nos quejemos y más odiemos al señor Rouco Varela, más hablará, más poder obtendrá la iglesia y más dinero se llevará a costas de esta molestia, tanto él como su institución. ¿La estrategia a seguir? Que siga. Que hable, que continúe proclamando sus barbaridades. 

Él es un Don Nadie que usa como chivo expiatorio a la Iglesia para ganar ese poder mediático que tanto anhela. El primer y único paso para impedirlo es ignorarlo. Tratarlo como a un anciano que, a causa de la edad, efectivamente ha perdido un poco el juicio. Su caso tiene nombre, y se denomina demencia senil, acompañada de la mano con un infantil deseo de "llamar la atención", como si de un crío de primaria se tratase.

Simplemente, "a palabras necias oídos sordos", señor Varela.




viernes, 17 de mayo de 2013

Sobre la insuficiente capacidad mental de nuestro querido Ministro de Educación.

En mis diecisiete años de vida siempre me he hecho la misma pregunta: Cuando esa gente mayor, cascarrabias y continuamente enfadada, no hace más que lamentarse de la mala educación y falta de civismo de las nuevas generaciones, yo me digo: ¿Es que no han sido jóvenes ellos también?

Con ello no trato de justificar la cierta escasez de educación que un buen porcentaje de los adolescentes españoles tienen. Pero de lo que no me cabe la menor duda es que la educación que recibimos a diario hoy en día, en centros públicos y privados, supera con amplitud la recibida por nuestros mayores durante la dictadura fascista en términos de calidad. Me gustaría saber qué porcentaje de población española nacida en la década de los 50 para atrás conoce el significado de una frase en inglés tan elemental como: "How are you?"

No quiero infravalorar ni llamar estúpidos precisamente a esas personas, muchas de las cuales lucharon para salir de ese mismo sistema educativo obsoleto hacia el que llegó tras la transición y muchos años de ajustes. Por eso mismo, me sigue sorprendiendo que sigan existiendo personas con deseos incontrolables de volver a la época en la que no sabíamos ni una sola palabra en inglés.

Esta sorpresa puede convertirse en un temor y alarma social en caso de que el hombre encargado de la organización y gestión de la educación a nivel estatal sea una de esas personas. 

Señor José Ignacio Wert Ortega, ahora le lanzo a usted esa misma pregunta que al principio formulaba sobre nuestros mayores, pero algo adulterada: ¿Es que usted nunca ha sido estudiante también? ¿No se da cuenta de que está llevando al país hacia los límites de la analfabetización? Quizás esto último sea algo radical de más, pero en premisas de lo que usted propone como medidas de austeridad, no descarto que realmente llegue a convertirse en una realidad más temprano que tarde.

No sé qué punto de su fabulosa y fantástica Ley "LOMCE" puedo criticar primero. Que el estado gana cada vez más poder en cuanto a la elección de contenidos en la enseñanza ya prácticamente ni me molesta. Uno se ha acostumbrado tanto a que controlen su vida desde la Moncloa que lo último que le importa es que también adulteren su propia educación. Nos convertiremos de este modo en marionetas fascistas del estado, pero no nos pararemos siquiera a replanteárnoslo. 

De hecho, el estado mismo puede dormir tranquilo, pues nuestra atención es muy fácilmente distraída en la dirección que ellos mismos deseen: Expulsiones de concursantes de Gran Hermano por simpatizar con ETA, el último amante que ha pasado por la vida de la ex-socialista Olvido Hormigos... Y otros claros ejemplos de distracción social. 

Luego encontramos como supuestos estímulos de estudio las pruebas a cada nueva etapa no universitaria. Aquellos alumnos más torpes o simplemente nerviosos e inquietos se verán realmente sobrepasados por esta realidad. Todo su esfuerzo y trabajo a lo largo de los años de la Secundaria y el Bachillerato pueden venirse abajo por un simple e innecesario examen sin otra finalidad que la consolidación de los conocimientos ya adquiridos. A simple vista incluso no parece una medida tan estúpida. Sin embargo, cobra un significado diferente si analizamos que dichas pruebas las marca el Gobierno Central. Temblad de miedo, chicos. Sólo Dios sabe qué tipo de exámenes y pruebas maquina la perversa, infantil y cretina mente de nuestro todopoderoso Ministro de Educación.

Dejando a un lado su promesa tan cristiana de devolver a la asignatura de religión católica la presencia importante en los centros públicos, o de la eliminación de algo tan importante hoy en día como es la Educación para la Ciudadanía, concluyo con una de las medidas que más destructivas y contraproducentes trae consigo esta nueva Ley.

Soy el primero que sufre la sobre-población masiva en las aulas, y puedo dar constancia de que es lo peor que existe para el alumno que precise de ayudas. A esto le podríamos sumar que dicha sobre-población está constituida por una gran mayoría de alumnos desinteresados, que distraen más la atención del profesor en ellos y restan su vigilancia a los que sí que están ahí luchando por su futuro. Esta afirmación puede no ser cierta en algunos casos, sobretodo en caso de centros privados, pero yo sí que puedo dar personalmente fe de ello. Treinta y tres personas en clase son un auténtico agobio, no quiero ni imaginar un patiburrillo de más de treinta y siete. En fin, un auténtico desmadre, un caos que traerá consigo la renuncia de las personas más interesadas en el aprendizaje, así como la pérdida de su autoestima y esperanzas de futuro en los casos más radicales. 

Se creerá usted a estas alturas un auténtico héroe, señor Wert. Y lo es. Lo es ante los ojos de los miembros de sindicatos fascistas españoles, que por cierto son los únicos sindicatos de este tipo subvencionados por el gobierno en toda Europa. De vergüenza. Al igual que el futuro al que usted y sus otros colegas ministros, destacando a la Ministra de Sanidad entre otras, nos quieren llevar a los españoles. Sin embargo, aquellos que sí tengan el capital necesario para costearse su propia educación y sanidad personalizadas no notarán las diferencias. Y, de este modo, construir un país donde solo un pequeño porcentaje tienen derecho a ser felices y a disfrutar del bienestar. Y los demás, mientras tanto, nos seguiremos comiendo la mierda que sus acciones dejan como un reguero por el suelo.








jueves, 16 de mayo de 2013

De la pasión a la falta de respeto: El éxtasis.

Escribo esta entrada consciente de que gran parte de lo que aquí se refleja no agradará a muchas personas. Ante todo, estimado lector, sea usted quien sea, no se sienta en ningún momento aludido ni atacado por mis argumentos. Hablo desde un punto de vista completamente objetivo y no haré uso de la ejemplificación en ningún momento. Sin embargo, si en dichos argumentos usted mismo encuentra paralelismos con su realidad, entonces comience a meditar sobre ello mismo al margen de mi persona.

Dejando constancia de la advertencia, he de decir que se nota que es primavera. Gran dicho aquel, al que de joven no le veía un significado más profundo, el de "la primavera, la sangre altera". ¡Vaya si la altera! En algunos casos parece haber cambiado completamente el comportamiento cívico de algunas personas. Hasta puntos en que sus propios estados de humor varían según quede saciada su ansia de... seguir estando en ese estado hormonal que yo denomino "éxtasis". 

El "éxtasis" es un comportamiento particular que sería fácilmente definible como "estar cachondo y saciado todos los días y a todas horas, sin importar la situación, momento o lugar donde se encuentre el sujeto en el momento dado de tener que rellenar dicho estado". Suelen padecerlo parejas jóvenes (no en edad, sino en tiempo de relación), en el cual comienzan a interactuar sexualmente, a conocerse y a entrar en materia más íntimamente. Todos los que hemos tenido pareja, en los cuales me incluyo, hemos pasado por un período de éxtasis más o menos intenso. De tener una necesidad inhumana de querer callar a esa persona a cada instante con un beso fugaz, simplemente para, periódicamente, saciar los valores de éxtasis del cuerpo. Algo así como el fumador que necesita dar mano de un cigarrillo en un momento dado. Pura necesidad.

Pues bien, si bien es cierto que todos pasamos por esa etapa durante aproximadamente los seis primeros meses de relación, éste mismo efecto se ve acrecentado enormemente durante la primavera. Sólo hay que ir por la calle para darte cuenta de que algo ha cambiado en el comportamiento de las personas... Hasta el punto de llegar a resultar agobiante.

Ni mucho menos se trata de envidia. ¡Faltaría más! Siento y sentiré siempre este tipo de agobio con y sin pareja. La pasión es difícil de controlar, soy plenamente consciente de ello, pero no es imposible hacerlo, en absoluto. Como bien dice mi sabia madre, "todo tiene remedio salvo la muerte".

Defiendo la libertad íntima de todas las personas. Ese tipo de libertad es necesaria y sin ella no seríamos felices en gran medida. Sin embargo, lo que sí que nos cuesta tolerar (hablo por mí como creo que puedo hablar por cualquiera), es tener que ver dicha libertad fuera del ámbito íntimo, es decir, en un entorno público, en el cual no se le dé la opción a uno de escapar a tan desagradable visión. Lo peor es que quien lo ve desde fuera no tiene el poder de impedirlo, por lo cual se siente frustrado. No quiero entrar ya en terrenos psicológicos, en los cuales distintas circunstancias o sucesos personales pueden producir que alguien realmente se agobie y sufra viendo tal estampa ante sus ojos en todo momento sin poder hacer nada. 

Eso es algo que tenemos el poder de evitar. En los institutos, en los hospitales o en cualquier sitio donde la interacción con el resto de personas sea segura. En una vivienda, en un parque, en un paseo o en la playa, cada quien es libre naturalmente de liberarse como se le antoje. Está en su derecho y obligación de hacerlo. 

Con esta exposición no deseo que se me considere alguien antiguo o frígido (Estoy muy lejos de ser cualquiera de estas dos cosas). Este tipo de comportamientos me molestan a mí como le molestarán a mis hijos cuando se vean en esta misma situación, es algo que no va a cambiar. A veces puede llegar a considerarse una seria falta de respeto, el intentar hablar con alguien y que éste esté más atento a otros asuntos que pueden ser fácilmente pospuestos que a lo que tú le estás diciendo. 

El éxtasis, como todas las pasiones en esta vida, son difíciles pero capaces de ser controladas. Hay que saber administrar bien en qué momento y en qué lugar se pueden hacer unas cosas u otras. Existen ciertos ambientes en los cuales puede llegar a ser considerada una falta de respeto, así que, estimado camarada, le recomiendo tener cuidado y saber elegir el instante justo en el cual deja de importar para la sociedad lo que usted haga. Entonces podrá hacer lo que usted buenamente desee. Mientras tanto, como el resto de las personas, deberá reprimir sus impulsos lo más que pueda por el bienestar común. Simple cuestión de saber vivir en sociedad.

Sobre las disputas ideológicas.

Nuestra particular mente "privilegiada" nos ha hecho, a lo largo de todos nuestros millones de años de evolución, formar poco a poco juicios críticos propios, así como una moralidad particular y una manera de ver y sentir la realidad. Esto nos ha llevado a la sociedad actual, un continuo tira y afloja, un insípido e irracional callejón sin salida de argumentos, teoremas, suposiciones y conjeturas. 

Antes de comenzar con el tema que en la entrada de hoy nos aborda, me gustaría lanzar la siguiente pregunta al aire: ¿ Qué es la realidad? Científicamente, la realidad son aquellas imágenes formadas en nuestra mente en base a estímulos externos que percibimos por los órganos de los sentidos. Está claramente demostrado que no vemos por los ojos, no olemos por la nariz y no percibimos sonidos mediante los oídos. Todo son estímulos que llegan a nuestro cerebro por medio de los nervios sensoriales, y es ahí donde se forma nuestra propia realidad.

Lo explicaré con un ejemplo muy sencillo de comprender. Final de la Copa del Rey. Tu equipo pierde por goleada, pongamos un 0-5, y aún por encima es contra el equipo del barrio vecino. Tú te encuentras hundido, triste y desconsolado, mientras que tus propios vecinos explotan de júbilo y alegría, lo que te da a ti aún más coraje si cabe teniendo que aguantar su presencia burlona todos los días al girar la esquina. 
Ambos, los seguidores de cada equipo, han visto exactamente el mismo partido, presenciado lo que en teoría sería la misma realidad, pero la forma de interpretarla es completamente opuesta en los dos casos. 

Ahora querría pasar este mismo ejemplo a la política actual. No, estimado lector, no se asuste. Mi intención no es la de aburrir tratando de convencerle de que mi coche es mejor que el suyo. En absoluto. Pero sí deseo conseguir llegar al estado más puro de una discusión abierta entre ideologías, es decir, la nada.

La respuesta a por qué considero que la nada es el estado más elemental de este tipo de discusiones es muy sencilla. Simplemente, todas las personas defendemos un pensamiento propio particular. Por supuesto, una capacidad innata del ser humano es la de creer y reafirmar que lo suyo es mejor que lo de los demás, que su realidad es más verdadera que la de cualquier otra persona. ¿Por qué? Porque sí. Y punto, no hay más.

¿Es un héroe aquel que sale a defender los intereses del pueblo? Más bien, ¿cuál es el límite social para formar parte del pueblo? Las ideologías socialistas y derivadas reafirman a la clase obrera como el pilar básico sobre el que formar una sociedad igualitaria. Sí que es cierto que la gran mayoría del porcentaje de población humana es obrera y campesina, de eso no cabe la menor duda. 

Pero, de nuevo, yo me pregunto: ¿Y el resto? ¿Qué pasa con todas esas personas que no pertenecen a ese grupo social en concreto? ¿Son innecesarias? ¿Se puede prescindir de ellas? ¿Merecen la muerte por haber llegado a un escalafón social superior que la media, muchas de ellas incluso a base de incesante trabajo?

La mayoría de respuestas lógicas a estas cuestiones son bastante obvias: No. Un principio básico sobre el que me he criado, al margen de mi naturaleza comunista ( para que usted, lector, esté apercibido ), es que todas las personas somos iguales. Igual que nunca se me ocurriría discriminar a una persona sin recursos, precisamente por no tenerlos, no haría de ningún modo lo propio con alguien que condujese un coche el doble de rápido que el mío.

Actualmente en nuestro planeta impera un modelo socio-económico capitalista, todo el mundo es consciente de lo que esto conlleva. Un modo de vida que nos fastidia a muchos, sí. ¿Injusto? Sí, increíblemente injusto. Que parece que volvamos a los mejores años de la dictadura fascista, también. Que la recesión parezca no afectar sólo a la economía y al bienestar, sino también a la capacidad intelectual de los que se auto-denominan nuestros líderes políticos y espirituales... No me cabe la menor duda. 

Ahora imaginémonos una lucha argumental encarnizada y a muerte entre dos personas líderes de sus respectivas ideologías. El panorama parecería más de un combate de Tekken con rondas infinitas y sin daño activado más que otra cosa. El comunista le echaría al fascista en cara las pésimas condiciones sociales a las que nos sepultan, la pobreza y la marginación de los que menos tienen, el ínfimo interés del estado por las labores sociales y culturales... El fascista se defendería aplicando los argumentos denominados "de sangre": Que si los gulags, que si un estado socialista no puede funcionar sin un régimen dictatorial presente, que todos los líderes comunistas de la historia son claros ejemplos de demencia (vista desde un punto de vista capitalista)...

¿Quién lleva la razón? Ninguno. Sin embargo, los argumentos de ambos son completamente verdaderos. En una lucha ideológica no se tiene por qué mentir. Cada persona cuenta con una lista de premisas de sobra para defender lo que él cree que es lo más justo, ético y provechoso para el ser humano.

Es aquí donde, tras esta parrafada de dimensiones bíblicas, se encuentra mi conclusión final: Amigo lector, defienda y luche siempre por lo que cree hasta el fin de sus consecuencias. Si usted considera que sus argumentos podrían de verdad mejorar nuestro bienestar vital, el suyo y el de las personas que conviven a su alrededor, luche por llevarlos a cabo. Pero en ningún modo insulte, humille, mate o mutile a aquella persona que le lleve la contraria. Porque siempre habrá alguien que le contradiga, que vea sus argumentos estúpidos e incluso ande y pise sobre ellos. No sucumba, amigo, a tal provocación. Ponerse a la altura de ese tipo de personas le infravalora mucho como persona, y, como resultado, lo está convirtiendo en lo que usted mismo critica. 


miércoles, 15 de mayo de 2013

Introducción a los algodones de azúcar extra-iluminados y opacos.

"¿Por qué este nombre de entrada?", estarás pensando. Por qué no llamarlo de un modo, digamos, algo más "hipster": La nube del algodón de azúcar extra iluminado, el Chupa-Chups interminable, el flash opaco de las revelaciones... Y otros blogs que, de manera muy errónea he de decir, puede que compares al que estás visitando en estos momentos.

Pamplinas. No voy a malgastar mi tiempo para agradar a ninguna persona en concreto. Más bien, aquí no quiero agradar a nadie. Ni siquiera quiero agradarme a mí mismo. Aquí no hablo yo, como bien digo en mi biografía. 

Aquí habla el subconsciente. Habla la voz dormida, se interrumpe el silencio que esta sociedad obliga a mantener intacto. Y todo ello por guardar siempre las apariencias. Por querer agradar en todo momento a los demás y olvidarnos ( o fingir hacerlo ) de nuestro propio bienestar


¿Por qué los humanos dependemos en tal medida del bienestar ajeno? En primer lugar, he de decirte, amigo lector, que no somos felices viendo felicidad en nuestros, por llamarlo de algún modo, "seres queridos". Es más, cuanta más tristeza, fracaso y angustia veamos a nuestro alrededor ( mientras, por supuesto, no nos incumba a nosotros en ningún momento ), mejor nos sentiremos, seremos más felices viendo las equivocaciones ajenas y nos enorgulleceremos siempre de nuestras acciones tan bien emprendidas. 


Aquí encontramos uno de los mayores pecados, defectos o errores genéticos, da igual como lo llamemos, inherentes al ser humano: La hipocresía. Hasta tal punto domina la hipocresía nuestras vidas, que sin ella no existiría ni una sola persona en el mundo que fuese feliz. Si todos comenzásemos a ser quien realmente somos, si cada persona se quitase esa máscara que por naturaleza tenemos ante el resto de la sociedad, no quedaría títere con cabeza en la tierra.


Lo primero que sí quiero decirte acerca de este blog es que aquí ha muerto la hipocresía. Y no porque yo sea la persona menos hipócrita del planeta. Lo soy, en mayor o en menor medida, como mis más de siete mil millones de conciudadanos. 


Otra cosa de la que te habrás podido dar cuenta, estimado camarada, es la multitud de ocasiones en las que empleo la primera persona del singular en este texto. Sí, podemos estar hablando de un agudo caso de egocentrismo. Pero es que aquí quien reina, en este aparentemente inofensivo espacio web, soy yo al fin y al cabo. No sucumbiré a la propaganda barata de hacer lo mejor por y para el lector. De eso nada, como bien dije al principio. Precisamente, hablo para usted, desde mi más profunda e inocente sinceridad. ¿No es ese un motivo de alegría más que suficiente?


Por último, y para despedir esta bastante extensa carta de introducción, me apetecería narrar de forma breve el por qué del título de este espacio: 


"Un puñetazo a la pared". Cuán útil medio de liberación. Después de tardes y tardes meditando, tratando de buscar en qué ecuación matemática dos más dos no son cuatro, escudriñando los rincones de la conciencia donde perdí la compostura; un simple golpe seco y directo, impulsado por todas las dudas y las desgracias que me envuelven, siempre consigue arreglar todo eso. El dolor físico se antepone a los deseos de meditación, me consigo distraer y de nuevo vuelvo al mundo de las personas sensatas. 


Así podría resumirse un comportamiento rutinario. Disfrutar, reír y molestar, y en la más agobiante de las soledades, golpear esa pared que, mediante un efecto rebote, me hace volver a mis cabales. Y las únicas secuelas son unos simples rasguños que regeneran más rápido que las verdaderas heridas.