miércoles, 16 de octubre de 2013

Sobre el sentimiento patriótico actual.

Mucho se ha hablado últimamente del sentimiento patriótico. De una España grande, libre y soberana, así como del país de la vergüenza, la corrupción y el atraso. Tras las manifestaciones a favor y en contra de dicho sentimiento el pasado 12 de octubre en nuestro país, veo casi como una obligación moral el pronunciarme al respecto de un tema que mucha gente toma a la ligera, tanto los partidarios de que España es la nación más grande de la historia como de aquellos que sólo pueden bajar la frente debido al sentimiento de vergüenza ajena que este tipo de actos provoca en sus cuerpos.

Yo, y lo dejo bien claro desde estas primeras líneas, no me he sentido nunca orgulloso de mi nacionalidad española. No soy capaz de sentirme identificado al ver nuestra bandera rojigualda. Es posible que esto se deba a que soy gallego y que el pestazo a grandiosidad castellana me queda un poco a desmano. Pero da lo mismo. Echemos un vistazo a nuestra historia más reciente, y con esto me remito a nuestros últimos 2 siglos como nación. Hemos sido, junto con el resto de países mediterráneos de Europa, el perfecto sinónimo de atraso a todos los niveles, tanto social, político como económico. Cuando los franceses allá por comienzos del siglo XIX entraron por la fuerza en nuestro territorio, sin más afán que el de la expansión de las ideas liberales (aunque con cierto toque de imperialismo descafeinado), el pueblo español se puso en pie y los expulsó al grito jubiloso de “¡Qué vivan las cadenas!”. Las cadenas de la opresión, del absolutismo, de la Inquisición y las cadenas que, en definitiva, conllevaba el ser español. Queríamos que todo lo que nos hacía ser un pueblo retrógrado perdurase por y para siempre.

Uno se para a pensar qué hubiese sido de España como país de haber seguido las ideas de la revolución y prefiere mirar a otro lado. Décadas de constituciones fallidas, de no aceptar la evolución que toda civilización y sociedad deben experimentar por naturaleza a lo largo de los tiempos. Mientras por las islas del norte comenzaban a dar sus primeros pasos en la revolución industrial, nosotros seguíamos peleándonos entre nosotros en las guerras carlistas, nunca sin renunciar a la figura monárquica sin la que parece no somos capaces de vivir. Y así fueron pasando las décadas, con el paréntesis de la nostálgica República, que si bien no era perfecta, fue el único intento progresista de peso hasta la Constitución de 1978.

Los argumentos de la gente que se autodenomina patriótica tampoco invitan a formar parte de ese grupo. Evadiéndose continuamente hacia la España imperialista, “donde nunca se pone el sol”, su base de estado sigue siendo Dios todopoderoso y un sentimiento de repulsión hacia todo lo que tenga que ver con la inmigración, la homosexualidad y sus manifestaciones públicas, el aborto. Odio hacia cualquier tipo de sentimiento independentista dentro de España, y, por supuesto,  hacia el comunismo que de manera tan triste comparan con el nacional socialismo en su aspecto práctico. Decidme, por favor, si ser patriótico a día de hoy merece la pena asimilando unas bases intelectuales tan limitadas, en las que no cabe lugar para el progresismo.


En conclusión, la memoria histórica es pretexto suficiente para no llorar de emoción cuando oigamos nuestro himno sonar. No caigamos tampoco en el juego de “yo me siento igual de orgulloso de ser español que un inglés de ser inglés”, porque la sola historia de uno y otro país va a quitarnos la razón. España actualmente se encuentra dividida, no sólo entre la izquierda y derecha menos colaborativas de Europa, sino también entre sus gentes, que por odio y cicatrices mal cerradas de la Guerra Civil no parece que se vayan a reconciliar nunca a este ritmo. Y veremos si esta ausencia de unificación ciudadana traerá consecuencias en el futuro.